“Pasemos al diván” es la frase típica que señala nuestro
encuentro con un psicólogo… el momento en el que sabes que empezará a hablarte,
y en tu mente surgirá la imagen de un mecánico desatornillando piezas, para ver
dónde está el verdadero problema del vehículo. Buena metáfora, pero no
quiero que esto parezca una consulta, pues en este diván no solamente se
resuelven los problemas, es un diván para divertirse, para abrir corazón y
mente a lo que quiera salir de nosotros mismos.
En este diván los problemas no son problemas, se convierten
en cuentos o historias que una vez se expresan, no vuelven. El diván es un fiel
amigo que acompaña en risas y en lágrimas, en soledad y en compañía, siempre
dispuesto a aceptar aquello que se le da, siempre hambriento de conocer
historias, personas, momentos, recuerdos y sueños….
Es un lugar en cualquier parte, de hecho, yo lo imagino como
una habitación muy iluminada, con muebles sencillos de madera, en cuyo centro
se encuentra el diván, y a través de la ventana se puede ver el paisaje, unas
veces una montaña con un lago, otras una playa, otras el desierto… Pero el
diván permanece siempre ahí, atento, dispuesto a acoger cualquier duda, miedo o
risa, a que juegues con sus cojines, aunque le saques las plumas (no es que le
agrade mucho, pero lo tolera y lo perdona). Es un diván cambiante, unas veces
tiene un color, o una forma determinada, depende de la persona que se siente,
de su estado de ánimo, pero sobre todo depende de su historia.
Yo ya he visto varios colores y varias formas, todas ellas
bonitas, incluso cuando lo he visto negro. Aunque no haya luz, siempre lo ves,
lo sientes, y te tranquiliza.
Si quieres conocerle, te invito a contarle una historia.
Pasemos al diván…
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