Llegó tarde a su cita, el Ayudante parecía inquieto y molesto porque su café se enfriaba sobre la mesa, y odiaba las cosas frías...
En ese momento entró por la puerta, como un torbellino, un niño que no parecía que tuviese más de diez años de edad, rebosante de energía y entusiasmo, iba de un lado de la habitación a otro corriendo, saltando por encima del diván, de los muebles, parándose un momento a contemplar una figurita que había en una mesita, luego cogió un coche de juguete de debajo de un mueble (a saber desde cuándo llevaba ahí) y se tiró a todo lo largo en el suelo de la sala, rodando el coche de un lado a otro mientras imitaba el sonido del motor "BRRMMM BRRRRMMM".
El Ayudante lo observaba divertido bebiendo pequeños sorbos de su taza, con la tranquilidad de quien conoce bien el temperamento de un niño, casi como un padre cuando mira a su hijo con gesto de complicidad, sonriendo de vez en cuando por la cantidad de gestos y juegos que se inventaba el niño a cada minuto... Dejó la taza sobre el escritorio, se levantó de su silla y se acercó a él.
Solamente hizo una pregunta: "¿A qué estás jugando?"
Aquella pregunta pilló por sorpresa al niño, que en el momento de percatarse que estaba siendo observado, corrió a un rincón de la sala y escondió la cabeza entre las rodillas. De vez en cuando alzaba la vista tímidamente para mirar al Ayudante.
Viendo que no contestaba, el Ayudante simplemente se dio la vuelta, se sentó en la silla de su escritorio, y se dispuso a poner en orden sus tareas como si no hubiese otra cosa más importante que hacer, como si el niño no estuviera...
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